A los niños se les puede explotar… desde los publicitarios, fabricantes de ropa, juguetes, alimentación, pañales y un larguísimo, políticos que posturean en las semanas previas a las elecciones con niños en brazos, pero y a la vista del revuelo que ha provocado el pequeño Diego en el Congreso de los Diputados, una madre no puede llevarle con ella para darle de mamar y bajo ningún concepto utilizarlo para reclamar la conciliación familiar y laboral.
El niño aporta o a través de él se consigue de los padres, madres, tíos, tías, abuelos y abuelas un aumento del consumo. Así vemos resurgir innumerables productos innecesarios y en ocasiones hasta estúpidos.
A los niños se les puede controlar ya desde que están en el vientre de la madre y desde el nacimiento a través de ella, trabaje o no.
La maternidad en la sociedad actual
A la mujer embarazada se la controla y está sumida a controles, vejaciones e intimidaciones patronales, ya sea por parte del sistema sanitario, social o laboral. Incluso las iniciativas de Hospitales de Amigos de los Niños no tienen mucho eco en el sistema sanitario y se colocan como si sólo de una etiqueta se tratase. No se reconocen las necesidades del ser humano en el inicio de la vida. Esas necesidades que la naturaleza puso ahí con el fin de sobrevivir, ni siquiera las más elementales, el contacto con la madre, la alimentación natural y el sueño.
Dejar al bebé a cargo de alguien, ya sea una guardería, una madre de día o una babysitter, no resuelve el problema. En cuanto el bebé está enfermo y si además lo está gravemente, la madre es considerada como molesta, y no sólo en el mundo laboral.
La sociedad contra los niños
El niño no tienen su lugar en la sociedad urbana de hoy en día. Ni en su el habitat, ni en la calle, ni en los transportes, nada está concebido para él. El niño es un ser molesto, hace ruido, no se comporta con suficiente control. No hay espacio para los bebés, ni para los niños. No es bienvenido en los hoteles, en apartamentos, en las tiendas, en restaurantes, en la sala de espera… Eso sin hablar de la disminución del nivel de vida de una familia con hijos y que no se completa ni siquiera por beneficios fiscales y si lo hace es en la mayoría de las ocasiones es de forma ridícula.
Sin embargo, la indignación de las madres aparece como una farsa, y una hipocresía. Se infantiliza y se denigra el hecho de que se tome la decisión de educar a los hijos. La que no puede y tiene que llevarlos a esas instituciones es ninguneada. No sufre, sólo posturea, que es la palabra de moda. «Allí es donde mejor estará. Personas muy competentes y cariñosas se ocuparan de él...». Pues no, donde mejor estará siempre es con su madre, y en su defecto, con su padre.
Las mujeres, y sus hijos a través de ellas, son víctimas. Víctimas de la elección de esta sociedad de producir y consumir, donde el niño no tiene lugar y no interesa a nadie.
La sociedad no quiere a los niños. Los tolera, aunque en ocasiones difícilmente. Bajo la crítica mirada adulta, los niños son cada vez menos respetuosos. Numerosos adultos dan sus testimonios en los que las víctimas son ellos o sus congéneres adultos.
Y sin embargo ¿quién respeta a los niños?
¿Quién valora sus necesidades? ¿Quién se pregunta por su verdadero hábitat necesario para un crecimiento personal sano, saludable y rodeado de amor?
Día tras día, millones de familias se ven confrontadas a todos los obstáculos. Las mujeres quieren conservar la salud, el futuro, el bienestar de sus hijos y son millones las que a pesar de todo saben el duro precio que deben pagar por ello, por su “obstinación”, por criar a sus hijos. Aún así, muchos se visten con sus bonitos discursos pronunciados para dar consejos. ¡Ah, esos «donadores» de consejos!
Como algunos dicen podríamos creer que el niño es el “rey”. Pero todo está previsto desde su nacimiento: la entrada a la guardería, el paso por la primaria, el colegio, el instituto…
Según las estadísticas, España es el país 184 de 192 países en total en natalidad. Desde 1980 no llegamos a los 2,10 hijos por mujer considerados tradicionalmente necesarios para el relevo generacional. Nos conformamos con los 1,32 hijos por mujer. Valoramos positivamente un aumento del 9%. Pero luego se culpa a las madres de su obstinada intención de querer cuidar de sus hijos.
Se culpabiliza a las familias por querer simplemente dedicar tiempo a vivir, dedicar tiempo a criar. Vivimos para trabajar y no trabajamos para vivir. En estupendos trabajos de 8h + 1h para comer (si tienes suerte) + 1h para la ida y vuelta al trabajo, en el mejor de los casos…
El futuro de nuestros hijos es nuestro futuro
Pero olvidamos, que el futuro de nuestros hijos no se lo aseguran ellos, sino nosotros. Y un día recibiremos los mismo cuidados que nosotros les procuramos. Recibiremos el mismo respeto que ellos recibieron. Si ese respeto, ese tiempo necesario para criar a un hijo, no se lo pueden dar ni las madres ni los padres o es igual al mínimo imprescindible, luego no nos extrañemos del desapego, de la violencia, de la desagregación de las familias. De que cada vez haya más familias rotas, más fracaso escolar, más personas mayores que mueren solas porque nosotros, NOSOTROS, no le dimos importancia a los cuidados necesarios para nuestros hijos.
Así que, finalmente, lo que realmente falta son las leyes, los textos y los decretos para proteger a los niños. Esos que se redactan, se proponen, se discuten, se votan y se decretan allí donde se ha iniciado la polémica. Uno de esos lugares en el que ayer se vio a un niño, un bebé amamantado, que ha conseguido que se le considere manipulado, meneado, y utilizado antes de pensar que es allí donde se decide su futuro, a corto, medio y a largo plazo. No sólo en un hemiciclo, sino en los brazos de su madre.
¡CONCILIACIÓN REAL, YA!
LO QUE IMPORTA A LAS MADRES EUROPEAS. Estudio Europeo basado en una enorme encuesta realizada a nivel comunitario
y que destaca la «Cohesión impresionante de la opinión de las madres europeas».
¡NO estamos sol@s! Esto no es más que la punta del Iceberg
Organizaciones Laborales amigas de los niños
«Si el tiempo es lo más caro, la pérdida de tiempo es el mayor de los derroches».
Benjamin Franklin (1706-1790) Estadista y científico estadounidense
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